Placer y culpa, dos caras de una misma moneda



¿Quién no ha sentido culpa alguna vez por saltarse un entrenamiento en el gimnasio, por comer unos dulces de más, por dar una excusa inventada a alguien, por quedarse más tiempo de la cuenta en la cama o por darse un capricho más caro de lo previsto?.

La culpa es una emoción que pertenece a la familia de las emociones negativas, pero que sea negativa (desagradable de sentir) no quiere decir que sea mala, todas las emociones tienen su utilidad. En el caso de la culpa, esta nos hace conscientes de que algo hemos hecho mal para facilitar el intento de repararlo. La culpa tiene pues una función de facilitar nuestra adaptación al entorno.

Sin embargo a veces también nos sentimos culpables sin razón objetiva, generando en nosotros un malestar innecesario provocado por los remordimientos. En estas ocasiones la culpa no solo no tiene ninguna utilidad sino que además nos perjudica.

Aprender a conocer y gestionar la culpa es el primer paso para pasar página y no quedarnos atrapados.

Lo primero a tener en cuenta es que no todos experimentaremos culpa ante las mismas cosas. La culpa tiene mucho que ver con nuestro mapa de creencias, con nuestros valores y también con aquellos mensajes que recibimos en nuestro entorno. La sociedad actual también contribuye a que nos sintamos culpables. El canon de belleza es muy estricto y el éxito suele medirse por el nivel de productividad y por nuestra capacidad de alcanzar metas y objetivos.

Por todo ello, las personas exigentes, perfeccionistas y aquellas que desean siempre contentar a todos son más propensas a experimentar la culpa, porque, de alguna manera, inconscientemente llegan a creer que no se merecen disfrutar o temen volverse indulgentes consigo mimas y perder en control.

En la vida los momentos de placer son tan necesarios como los momentos de esfuerzo.

Cuando sentimos placer, cuando disfrutamos con algo, nuestro cerebro segrega endorfinas, también llamadas hormona de la felicidad, pues nos produce bienestar.

Sin embargo una vida entregada a la búsqueda del placer constante a la larga también nos conduce al sufrimiento, pues de alguna manera alcanzar el placer inmediato que nos puede producir una determinada actividad, con el tiempo nos puede volver dependientes y esclavos (la ludopatía, el consumo de drogas, comer de forma compulsiva son algunos ejemplos extremos de ello).

La clave, una vez más, está en tomar conciencia. Cuando tomas conciencia, eliges vivir la vida desde la responsabilidad y como persona responsable de ti misma, eliges libremente en cada momento las decisiones que deseas tomar, sin dejarte llevar por la búsqueda del placer inmediato si sabes que a la larga esa cosa  te perjudica, pero tampoco renuncias a esos momentos que, sin hacer daño a nadie, disfrutas de la vida.

Ideas que nos pueden ayudar:
1.- Haz una lista de pequeños placeres cotidianos que puedas incorporar a tu día a día. No hace falta que sean ostentosidades, por ejemplo puede ser tomarse una taza de té a media tarde, darse una ducha caliente antes de irse a dormir, no usar el despertador el fin de semana…
2.- Rompe la rutina. Está muy bien tener unos hábitos y seguir unas rutinas pero de vez en cuando también es recomendable ser flexible y salirse un poco de ellas.
3.- Elige muy bien con quién compartes tu placer. No todas las personas nos entienden igual ni se alegran por nosotros del mismo modo. Para evitar que alguien nos amargue un momento placentero y nos haga sentir culpables, es importante saber elegir a quien le explicamos nuestras cosas.

Recuerda que…

La culpa es causada por un exceso de pasado y una falta de presente.
Eckhart Tolle