El síndrome del impostor

  • ¿Piensas que tus logros se deben a la suerte más que a tu talento y esfuerzo?
  • ¿Te incomoda recibir halagos y reconocimientos cuando alcanzas un éxito?
  • ¿Sientes que no estás a la altura de las ocasiones y que no mereces lo que has conseguido?

Si es el caso, puede que sufras el síndrome del impostor, un fenómeno psicológico acuñado por las psicólogas clínicas, Pauline Clance y Suzanne Imes a finales de los años 70, tras observar que muchas personas con éxito profesional, se sentían inseguras y poco preparadas para desarrollar sus trabajos.

Aunque no se considera una enfermedad ni tiene un diagnóstico clínico oficial, casi 4 décadas después de que se hablara de ello por primera vez, muchas personas en algún momento de sus vidas padecen este trastorno que distorsiona la realidad, perdiendo  calidad de vida y bienestar.

¿En qué consiste?

El síndrome del impostor provoca dificultad para interiorizar los logros que vamos alcanzando y, de algún modo, nos hace sentir que somos un fraude para los demás. Las personas que padecen este síndrome internamente tienen dificultades para interiorizar su propio éxito, creen que otras personas lo podrían hacer mucho mejor y que en las próximas veces que se enfrenten a tareas similares van a fallar.
Esta inseguridad genera ansiedad y una tendencia al perfeccionismo para evitar defraudar a los demás. Un perfeccionismo que en el ámbito laboral puede acabar generando adicción al trabajo.

¿Cómo identificarlo?

Las causas son diversas y nuestra sociedad tampoco lo pone fácil. Las redes sociales nos muestran la cara feliz y exitosa de la gente, pero no se habla con la misma naturalidad de los fracasos y errores, como parte del camino que nos ayuda a avanzar.

Las personas sabemos dónde están nuestras carencias, pero no vemos las de los demás. Siempre nos parece que el resto está mejor preparado que nosotros.

Cristina Rimbau

Sentir miedo a fracasar, tener un diálogo interno negativo, obsesionarse por los errores del pasado, dudar de las propias capacidades de forma habitual y buscar la perfección en todo lo que se hace, son indicadores a tener en cuenta.

¿Cómo superar esta limitación?

Darnos cuenta de que las cosas no se consiguen a la primera y que caernos no solo no nos hace débiles, sino que nos puede ayudar a mejorar, es el primer paso.

Cuidar el modo de hablarnos a nosotros mismos también es fundamental. “No puedo”, “no soy capaz”, “no me lo merezco” son mensajes negativos auto limitantes. Hay una gran diferencia entre decirnos “no puedo hacer esto” y decir “todavía no lo puedo hacer”. Empieza por hablarte a ti mismo del mismo modo que le hablarías a la persona a la que más quieres.

Evita las personas tóxicas que de forma sistemática dudan de tus capacidades y rodéate de aquellas personas que suman, que apoyan y que si tienen que hacer una crítica, la hacen de forma respetuosa y constructiva. En muchas ocasiones no podemos alejarnos físicamente de esas personas nocivas, pero sí tenemos el poder de no dar valor a sus comentarios e ignorar cualquier comentario hiriente.

Compararnos con los demás de manera objetiva. Las comparaciones son inevitables, al compararnos buscamos referencias para saber si vamos en la dirección adecuada. Sin embargo, tendemos a hacerlo de forma sesgada, únicamente fijándonos en las personas que lo hacen mejor. Tener referentes de los que aprender puede ser muy enriquecedor, pero si solo nos fijamos en ellos y perdemos de vista el conjunto, siempre tendremos la sensación de no ser lo suficientemente buenos.

Cuando nos comparemos con otras personas en cualquier ámbito de nuestra vida, conviene tener una mirada amplia de conjunto y no únicamente fijarnos en nuestros ideales o referentes.

Explorar nuestros propios talentos, descubrir aquello que nos apasiona y se nos da bien y compartirlo con los demás, ayudando a otras personas que están aprendiendo, nos ayudará a reforzar nuestra autoestima y nos aportará el bienestar que produce ayudar a otras personas.

Y, por supuesto, si es necesario, pide ayuda. Hay muchísimos profesionales muy bien preparados que en un momento dado nos pueden ayudar en el proceso de ser la mejor versión de nosotros mismos.

El poder del miedo

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«Las emociones determinan la calidad de nuestra vida y nuestra percepción de bienestar.» Paul Ekman

Las emociones están presentes en todas y cada una de las relaciones  de nuestro día a día. Tanto en aquellas que mantenemos con los demás (amigos, pareja, vecinos,  trabajo..) como en la relación que tenemos con nosotros mismos. Gracias a ellas podemos  actuar de manera apropiada en un momento dado, pero también pueden conducirnos a actuaciones de las que luego nos arrepentimos de todo corazón…¿te ha pasado esto en alguna ocasión?

Hay más de 300 emociones distintas, pero no todas se consideran igual. Tansolo unas pocas (el número exacto difiere según el autor que se tome de referencia), se consideran básicas. Es decir: común en todos los humamos, independientemente de la cultura, la raza o la religión. El miedo, junto a la ira, la tristeza, la alegria, el asco y la sorpresa, es una de ellas.

¿Quién no ha sentido miedo alguna vez? A quien no le han temblado las piernas mientras el  corazón ha empezado a latirle con más fuerza?

No es malo sentir miedo, lo malo es cuando el miedo nos limita en la vida.

El miedo es una de las emociones más intensas que podemos llegar a sentir y que aprendemos a reconocer desde bien pequeños. Injustamente se ha ganado una fama negativa porque nos hace sentir mal, sin embargo sentir miedo no siempre es malo. Al contrario,  en muchas ocasiones gracias al miedo evitamos peligros y tener comportamientos temerarios. ¿Te imaginas que hubiera sido de la especie humana si en la prehistoria nuestros ancestros no hubieran sentido miedo durante la caza de un mamut?

SITUACIONES DE MIEDO

Pero el miedo no solo se activa ante una amenaza física real. En muchas ocasiones sentimos miedo por peligros imaginarios como hablar en público, un examen, una entrevista de trabajo… en ninguno de estos casos  se trata de peligros reales, sin embardo nuestro organismo reacciona del mismo modo, pues es nuestra identidad, nuestra imagen, nuestras creencias y valores lo que está en juego.

REPUESTAS ANTE EL MIEDO

“Cuando tenemos miedo, no podemos hacer casi nada o podemos hacerlo casi todo” Paul Ekman.

Ante una misma situación de miedo, no todos reaccionamos igual, sin embargo todas nuestras reacciones pueden clasificarse en uno de estos 3 tipos de comportamiento:

– Huida. Cuando surge el miedo, la sangre fluye a los músculos de las piernas preparándonos para la huida (de ahí que la cara que quede blanca). Escapar es la opción más frecuente. Sin embargo este huir no siempre tiene que ser literal. Algunas personas también huyen verbalmente cuando responden con evasivas o eluden el contacto visual.

-Ataque.  Muchas veces detrás de la ira se encuentra el miedo, el temor, la sensación de sentirse amenazado. Este ataque puede ser físico pero también verbal: a través de insultos y/o reproches en realidad lo que se pretende es proteger el propio ego.

 – Parálisis: esta opción se encuentra en punto intermedio entre las anteriores y viene a ser una especie de bloqueo emocional que nos dificulta actuar cuando  nos sentimos sobrepasados.

NIVELES DE MIEDO

Terror, horror, pánico, pavor, susto, espanto…son todas emociones primas hermanas del miedo. En realidad, la principal diferencia entre todas ellas está en la intensidad de la emoción.  No es igual de intenso el miedo derivado de la broma de un familiar que nos asusta desprevenidamente, que el miedo que podemos llegar a sentir si un desconocido nos ataca con un cuchillo.

Si la intensidad de la emoción es muy elevada o se prolonga mucho en el tiempo, puede llegar a derivar en un trastorno emocional. En el caso del miedo, los principales trastornos emocionales que se derivan son  fobias, crisis de ansiedad y estrés post traumático.

FORMAS DE AFRONTAR LOS PROPIOS MIEDOS

Si eres de las personas que sientes miedo con frecuencia, a estas alturas del post seguramente te estés preguntando cómo puedes hacerle frente. Comparto contigo algunas herramientas que te pueden ser de utilidad.

1.- Admitir que tienes miedo a algo es el primer paso para empezar a superarlo. Difícilmente se puede cambiar aquello que no existe. ¿No crees?

2.- Conocer la naturaleza de nuestros miedos no hará que estos desaparezcan pero sí nos ayudará a comprenderlos mejor, por ello es útil intentar recordar desde cuándo tenemos miedo a algo y si ese miedo está asociado a algo que nos ha pasado anteriormente.

3.- Respónderte a ti mismo ¿qué es lo peor que me puede pasar? Muchas veces en la respuesta ya nos damos cuenta que en realidad la situación a temer no es para tanto.

4.- No olvides que el miedo es una emoción y que su opuesta es la  confianza. Recordar experiencias en las que nos hemos sentido seguros y confiados y conectar nuevamente con lo que sentíamos y pensábamos en ese momento, nos puede empoderar a superar la situación de miedo presente. Si no tienes ninguna experiencia similar en la que hayas superado el miedo, visualizarte superando esa situación también te puede ayudar.

5.- Superar un miedo no es imposible, pero tampoco es automático, como en casi todo, es la práctica lo que nos lleva al dominio de la técnica.

6.- Y, por supuesto, la ayuda profesional siempre puede facilitarnos el proceso.